sábado, 26 de septiembre de 2015

SAGA DE UN ROMANCERO (no tan) GITANO


Autor: GILBERTO PARRA ZAPATA




FEDERICO GARCIA LORCA
(1898  -  1936)
Prócer de la Poesía, mártir del fascismo


Lechería, Marzo  2015
FEDERICO DEL SAGRADO CORAZON DE JESUS GARCIA LORCA
Fuente Vaqueros  05/05/1898 – Asesinado en algún desolado  paraje    en la Provincia de Granada 18/08/1936

Dentro de la fragua lloran
Dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela
El aire la está velando
 FGL

Nació en medio de la relativa comodidad de una familia de clase media, formada por Federico García Rodríguez (1859-1945) y Vicenta Lorca Romero (1870-1959).  Habiendo sido  su vida tan breve,   apenas 38 años, ambos  padres  le sobrevivieron  los años suficientes como para haber sufrido,  ellos también,  persecuciones y  humillaciones del cruel régimen franquista.

Excelso poeta y dramaturgo andaluz y español,  perteneció a la así llamada Generación del 27.  Se le considera un poeta de mitos, su poesía, en verso y en prosa, es   esencialmente simbólica, cuyo discurso siempre revela la tragedia de un ser atormentado por su condición humana, siempre como a la defensiva ante la actitud de una sociedad retrógrada  y de un tiempo del desprecio,  presa  de  arraigados prejuicios  y absurdos  convencionalismos sociales.  Por supuesto que, estando  su espíritu dotado de tanta sensibilidad,  esas tensiones existenciales  se manifestaron abiertamente en su poesía y en sus obras dramáticas,  partiendo  de su silenciosa  protesta,   al poner de relieve   símbolos tan emblemáticos    como la dicotomía vida-muerte. El suyo es un mundo de sombras, por cierto magistralmente descritos en sus obras,  en medio de la  casi omnipresente penumbra nocturna, amparada constantemente por lunas, estrellas y magia.   Por otra parte, sobre todo en  su obra dramática, se evidencia una inclinación casi atávica hacia la condición  femenina, reflejada  en sus obras más reconocidas y admiradas, tal   es el caso de   Yerma,  Bodas de Sangre, La Casa de Bernarda Alba. 

Su discurso,  de tanta calidad y penetración en  el alma gitana, podría conducir a equívocos, de hecho así sucedió y así generalmente se entendió,  porque,  sin duda,   García Lorca abrevó en las mejores  tradiciones de los poetas clásicos y del romancero español, pero ello no sería  el caso de su emblemático Romancero Gitano,  pues según su propia confesión,  de ninguna manera, ni siquiera por haberse vinculado y compenetrado de la manera cómo lo hizo  a lo largo de su vida con esa  cultura ,ni siquiera por esa razón,  necesariamente debe incluírsele en  ella.  Si hubiere alguna duda al respecto,  en una muy íntima confesión contenida en una carta dirigida a su amigo y poeta Jorge Guillén, García Lorca   se desmarca, afirmando que solamente se trata de un mito, lo cual de ninguna manera, debe confundirse…”con su vida y su carácter…”  Dado que tal deslinde de su parte   echa por tierra algunos conceptos  muy arraigados acerca de lo esencial de su poesía  más adelante, profundizaremos en esa tan  contundente afirmación de su parte.   Mientras tanto, creemos necesario reiterar   que él no abdicó nunca ni mucho menos renegó  de su pertenencia a la pequeña burguesía,  comenzando desde su propio origen social,  su educación elitista, pero sobre todo su sólida  formación  intelectual, que solamente  se  obtiene accediendo a  centros de formación académica muy costosos, y con ella  sus relaciones con lo más granado de la intelectualidad de su tiempo.  Más allá de su obra, todo lo anterior bastaría para desmentir  esa pretensión de vincularlo, en lo esencial,  con la gitanería.   

En lo político, su formación liberal, educada en  el krausismo, sin embargo no lo llevó nunca a convertirse en  un luchador social en el sentido político de la expresión,  más bien, habría que identificarlo   como un  creyente de  una  fabiana   transformación formal y espontánea de la sociedad, por tanto tampoco jamás militó en ningún partido.  Su accionar social, aún con toda su constancia y profundidad,  se limitó a fomentar en la sociedad de su tiempo, el cultivo de las artes, particularmente del teatro, a través de “La Barraca”, espacio esencialmente cultural, por lo  cual algunos  biógrafos llegan a atribuirle  una condición de izquierdista que nunca poseyó, aunque sí  proclamaba  su  manifiesta  simpatía hacia la república española, lo cual  pudiera ser, amén de  su identidad sexual,  otro  leit motiv  para que las fuerzas reaccionarias  del falangismo se lo cobraran al  precio de su vida,  al  asesinarlo  vilmente,  con tanta  saña, que su cuerpo fue desaparecido y enterrado en alguna fosa común, sin que hasta ahora,  casi 80 después, exista alguna evidencia física de sus despojos mortales.
     
Su indudable talento para las bellas artes, lo  inclinó  desde niño,  inicialmente hacia la música,  tomando clases de piano con prestigiosos maestros;  allí se impregnó del arte de Beethoven, Chopin, Debussy.  Posteriormente, se matriculó en la Universidad de Granada en las carreras de Filosofía y  Letras y de Derecho en la que llegó a graduarse en 1923.   Durante sus estudios, tuvo la fortuna de tener como ductor, al ilustre profesor de Teoría de la Literatura, Martín Domínguez Berrueta, quien solía utilizar,  como parte de la  formación a sus alumnos,   una estrategia  peripatética;  de esa manera,   lo llevaba a él y a  sus compañeros de clases , en viajes de estudios a través de toda la geografía hispana:  Baeza, Úbeda, Córdoba, Ronda, León, Castilla, Galicia, Burgos, los cuales a la postre, ayudaron a despertar y consolidar su vocación de escritor, que  en principio recogería  en su primer libro en prosa, Impresiones y Paisajes (1918) retrato autobiográfico, en el contexto   de la sociedad y tradiciones españolas  del  tiempo que le tocaría vivir.  

En 1919 se traslada a Madrid, pasando a formar  parte de  la Residencia de los Estudiantes, prestigiosa y exclusiva  institución que, a semejanza  del estilo británico de   Oxford y Cambridge, lo puso en contacto con las culturas españolas y extranjeras.  Allí conoció, entre 1919 y 1921,  a importantes escritores e intelectuales de la talla de Luis  Buñuel, Rafael Alberti, Salvador Dalí, entre otros.  Así mismo, a partir de la iniciativa del  director de esa institución,  tuvo oportunidad de asistir a numerosas conferencias de prestigiosos científicos, músicos y escritores,  tales como  Maurice Ravel, H. G. Wells, Claudel, Valery, Madame Curie, Mihaud, Max Jacobs, etc.  Un poco más tarde,  estableció contacto y cultivó una sólida,  duradera y para él provechosa amistad,  con el insigne  poeta Juan Ramón Jiménez, hasta el punto que, a través de  su ayuda, pudo publicar sus trabajos no solamente en revistas y otros medios impresos,  sino editar su  libro,  titulado  Libro de Poemas, que recoge todo lo que había escrito en prosa y en verso, desde 1918, en especial lo relativo a su fe religiosa. 

En Granada con Manuel de Falla

Una  de las épocas estelares  en la vida de García  Lorca, y que ayudó a lanzarlo a la fama,  se refiere a su estadía en Granada y en esa ciudad,  su relación con el excelso compositor gaditano Manuel de Falla, quien se había instalado, a mediados de 1920  en un lugar cerca de La Alhambra, donde García Lorca lo visitaba con frecuencia, creándose  entre ellos una sinergia en  el cultivo de la música, los títeres y el cante jondo. Junto con ellos, un grupo de jóvenes poetas se reunían en el café Alameda, generándose las tertulias artísticas que ha pasado a la historia con el nombre artístico de El  Rinconcito.  La vida granadina de García Lorca entre los años 1920 y 1921, giró pues, alrededor de dos focos culturales, Manuel de Falla y los integrantes de ese  ya mencionado espacio artístico.  

Promovido por Falla, García Lorca y el poeta Ignacio Zuloaga, y apoyado por el Ayuntamiento de esa ciudad,  se promovió un concurso, cuyos objetivos principales fueron,  por una parte, marcar la diferencia entre el cante jondo, de raíces antiguas y   el cante flamenco, de origen más reciente. En todo caso, el propósito fue una valoración de estas manifestaciones culturales, para protegerlo de la vulgarización y la mediocridad en que de cierta forma habían caído ambos. El resultado, a mediano plazo, fue la universalización del cante, el toque y el baile jondos, no sólo en la música española, sino también en la flamenca y la  rusa.   El concurso fue, pues,  un exitoso intento de conectar el arte musical de Andalucía con el arte universal     La formula estética de Falla, de lo local a lo universal, iba a fijarse por siempre en el alma del joven García Lorca, quien, como corolario,  estuvo ya en capacidad de dictar numerosas conferencias en esa materia, recogidos en varias publicaciones, que después perfeccionaría a raíz de su experiencia en Buenos Aires y Montevideo.   Fruto también de todas esas acciones y reflexiones, fue recogido en  su  libro Poemas  del Cante Jondo, publicado en 1921.   

En definitiva, la amistad con Falla, orientará  a García Lorca para reconciliar las nuevas corrientes estéticas con las formas populares.  De hecho, a lo largo del tiempo, ambos personajes  estuvieron  trabajando conjuntamente en proyectos relacionados con la ópera lírica, entre otros.     

El Hábito NO  hace al monje

Una cosa es que  García Lorca haya considerado, y así lo afirma en  una  conferencia que dictó en el año 1935 que su Romancero Gitano es  “…la obra que hasta ahora tiene más unidad y es donde mi rostro poético aparece por vez primera con personalidad propia….” Y otra muy distinta,  es la aureola  supuestamente gitana que se creó a su alrededor.  Para desmentirla, nos remitimos en primer lugar a una carta que le envía a su amigo Fernández  Almagro en 1923, cuando su Romancero estaba en pleno desarrollo, o sea unos cinco años antes de su publicación. Dice García Lorca:  

“…Pienso construir varios romances con lagunas, romances con montañas, romances con estrellas, una obra misteriosa y clara, que sea como una flor (arbitraria y perfecta como una flor) ¡Toda perfume! Quiero sacar de las sombras algunas niñas árabes que jugarán por estos pueblos y perder en mis bosquecillos líricos a las figuras ideales de los  romancillos anónimos.  Figúrate, un romance que en vez de lagunas, tenga cielos…“Este verano, si Dios me ayuda con sus palomitas, haré una obra popular y andalúcisima.  Voy a viajar un poco por estos pueblos maravillosos, cuyos castillos, cuyas personas, parece que nunca han existido para los poetas, y, ¡Basta ya de Castilla!...”   

Con estas palabras, de verdad resulta cuesta arriba vincularlo, tanto como se ha pretendido,  con la gitanería, o que en todo caso, esa haya sido su motivación.

Más adelante, en 1927, escribe a otro amigo, el poeta  Jorge Guillén: 

“…Y desde luego, no serán romances gitanos… Me ha molestado un poco mi mito de gitanería.  Confunden mi vida y mi carácter.  No lo quiero de ninguna manera, los gitanos son un tema y nada más…Además, el gitanismo me da un tono de incultura, de falta de educación, y de poeta salvaje,  que tú sabes bien que no soy.  No quiero que me encasillen.  Siento que me van echando cadenas…”  

La experiencia de “La Barraca”

Con el advenimiento de la II República española, en abril de 1931,   luego de su regreso de Nueva York, donde observó una experiencia de teatro  no profesional, de ahí  tal vez le surgió la idea de  dar un nuevo impulso  al teatro popular   que había florecido en España unos siglos antes.  Al respecto, comenzó a elaborar el  proyecto de llevar a pueblos y ciudades de España un vigoroso movimiento de cultura popular, en oposición a lo que él consideraba la actitud elitista de la burguesía en ese país. Con el apoyo de los comités de cooperación intelectual, Federico García Lorca dio una serie de conferencias  en diversas ciudades españolas, tales como Servilla, Salamanca, Santiago de Compostela, entre otras, con la idea de promover un intercambio de ideas, invitar a destacados conferencistas, llamar a jóvenes intelectuales que compartieran el amor a los principios de libertad, de progreso y solidaridad  social. Es así como llega a la fundación  de la organización del teatro universitario llamado La Barraca, grupo que dirige, a partir del año 1932,  junto con algunos colaboradores, obras del teatro clásico español en diversos pueblos de ese país.

Dos aspectos importantes obtuvo García Lorca de esa experiencia, por una parte, la consolidación de su carrera como dramaturgo, incluyendo su aprendizaje del oficio de director de escena, y por otra parte, lo sustrajo de lo que él llamó la “burguesía frívola y materializada de Madrid”.  Muy al contrario, se vinculó con lo más hondo del sentimiento  del común,  revelando una notoria vocación de servicio hacia lo popular.       

La Generación del 27

Integran esta generación  un grupo de poetas que realizan una síntesis entre la más pura tradición española y los movimientos extranjeros de vanguardia, renovando la expresión poética, hasta el punto que se la ha denominado el nuevo Siglo de Oro de la poesía española, cuya primera manifestación tuvo lugar precisamente ese año de 1927, con motivo de un recital colectivo por parte de un grupo de poetas para conmemorar el tercer centenario de la muerte de Góngora,  reivindicándolo,   de esa manera,   como modelo de poeta lírico. 
Pertenecen a esta generación, junto con García Lorca,   Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Manuel Altoaguirre, Emilio Prado, Miguel Hernández, entre otros.    

Las principales características comunes  a todos los miembros de ese movimiento poético, serían las siguientes:

-Predilección por la metáfora como instrumento expresivo
-Actitud clasicista 
-Influencia gongorina, precisamente por la conmemoración del tercer centenario de la muerte de ese ilustre poeta del siglo XVII
-Contacto con el surrealismo, movimiento lanzado desde Francia por André Breton, en 1924 y que en España tuvo manifestaciones tan importantes como Poeta en Nueva York, del propio  García Lorca.  

Federico García Lorca en América Latina

Luego de estar en Nueva York, ciudad en la que vivió momentos agridulces, García Lorca viajó en ferrocarril desde esa metrópolis hasta Miami, donde  se embarcó rumbo a la isla de Cuba, específicamente a La Habana,  el día 7 de marzo de 1930, permaneciendo allí hasta el 12 de junio de ese mismo año.  Era la primera vez que el poeta visitaba un país extranjero de habla hispana.  Según su propia confesión, fue una estadía de pleno disfrute, durante más o menos  100 días.   Allí  experimentó una sensación de libertad y de alivio,  de goce y alegría, en contraste con Nueva York, ciudad en la que  nunca se sintió cómodo.   No sería para menos, reflexionamos nosotros, pues se trataba de una nación con hondas raíces hispanas,  la que hasta no mucho tiempo antes,  había sido, por más de cuatro siglos,  una colonia de España.  Allí encontró un clima propicio en lo cultural, también para el reencuentro con su propia imagen,  para compartir momentos gratos.  Dictó numerosas conferencias, se compenetró con  la cultura  y la música afrocubana,  en especial, cuando de la mano de la escritora y antropóloga cubana,  Lydia Cabrera, visitó y compartió una ceremonia secreta afrocubana, lo cual le  fascinó.  También tuvo oportunidad de compartir  con nuevas y viejas amistades, con quienes recorrió las  calles habaneras, visitando  sitios emblemáticos como  el teatro Alhambra.  En fin, fue un período sensual y risueño y así se lo manifestó a sus padres, hasta el punto de calificar a Cuba, “como un paraíso”.  

Su otro viaje a América Latina lo realizó a Buenos Aires  y a Montevideo entre octubre de 1933 y marzo de 1934, seis meses de total éxito profesional y de gran deleite en lo personal.  En principio, el   motivo de ese viaje se debió a una invitación que le hiciera una pareja de empresarios argentinos,  a propósito del notable éxito que había obtenido su obra Bodas de Sangre.  En la capital argentina, no sólo dirigió su ya mencionada obra,  sino también otras  de su autoría y una adaptación  de la Dama Boba, original de  Lope de Vega.  Igualmente,  dictó una serie de conferencias acerca del arte español en la sede de la Sociedad  Amigos del Arte.  Fue tal el éxito que obtuvo en esa ciudad, que en algún momento hasta se sintió abrumado por la popularidad que había adquirido en la sociedad y, por supuesto, la  notoriedad en los medios artísticos. En enero de 1934, viaja  a Montevideo, en medio de la secuela  triunfal  adquirida  en Buenos Aires.  El éxito profesional se repite en la capital uruguaya.  Como anécdota, queda el hecho curioso que, literalmente acosado por una periodista, terminó entre saltos de mata, en su cuarto de hotel, su famosa obra Yerma.  
El saldo de de esta gira por el sur del continente, podría apreciarse en un sentido múltiple,  en primer lugar, al terminar de convencerse por sí  mismo,  de  la proyección de su obra literaria, más allá de los fronteras españolas;  también a la madurez adquirida como intelectual, en la plenitud de su éxito,  y como gerente de su propia vida, al obtener,  al fin, su independencia económica. Allí pudo constatar el trato preferencial  recibido por parte de empresarios extranjeros en contraste con  sus pares  madrileños.  Por último, pero no menos importante, adquirió una profunda  identificación con nuestra  cultura e idiosincrasia,  donde a nuestro juicio, encontraría puntos de coincidencia que lo harían reflexionar acerca de cuán cerca estaba su obra  con respecto del  espíritu latinoamericano, no obstante la enorme distancia geográfica.    

En  contacto con Neruda

Es natural que estos  dos  gigantes de la poesía, y efectivamente así sucedería,  se  profesaran mutua admiración,  y que  hayan entrado en contacto personal; por muchas razones, en primer lugar,  porque el bardo chileno, ya consagrado en su extensa obra,  vivió un tiempo en España, en calidad de Cónsul de Chile en Madrid y en Barcelona, precisamente  en esos años críticos de la historia española, en medio de  intensa agitación política. También es natural que ambos hubieran coincidido en numerosas ocasiones participando  activamente  en calidad de poetas, pero también compartieran puntos   de vista  en  las luchas a  favor de la república española.  De hecho, según relata Neruda, los encuentros entre ambos, sobre todo en Madrid,  fueron  cotidianos, muy cordiales y amistosos,  compartiendo  en cafés y en  las casas de  amigos comunes,  interminables tertulias, literarias o simplemente darse el tiempo necesario   para matar el ocio y vivir intensamente  la bohemia.   
Ambos se habían conocido  en Buenos Aires el 13 de octubre de 1933, siendo el chileno a la sazón  Cónsul en representación de su país  en la nación argentina.  Ese día, por razones que serían  muy prolijas de  explicar, ambos  dictaron una conferencia “al alimón” con ocasión de un  evento  que tuvo lugar en el Pen Club, rodeado de por lo menos cien escritores argentinos.  En su autobiografía, Neruda relata con lujo de  detalles  ese bizarro encuentro, pleno no sólo de la calidad poética que era de rigor tratándose de esos personajes, sino una serie de anécdotas por lo demás muy gratas, que sin duda,  pasarían  a la historia  como una pieza literaria de gran valor.  
Pocos meses después de ese primer encuentro,  el 5 de mayo del año siguiente, Neruda viaja a Barcelona, donde de igual manera  había  sido nombrado Cónsul. El  6 de diciembre de ese mismo año, presentado por García Lorca, participa en una  conferencia y recital poético, que tuvo lugar  en la Universidad de Madrid.  Podríamos extendernos en detalles, pero con lo relatado, creemos haber satisfecho la curiosidad de cualquier atento lector que conozca la saga de ambos poetas. En todo caso,  lo remitimos al libro Confieso que he Vivido, relato autobiográfico de Neruda,   
Lo que sí vamos a referir es el capítulo   de la mencionada autobiografía nerudiana titulado “La Muerte  fue en Granada”.  Allí percibimos  cómo el bardo chileno describe con  su peculiar estilo a su entrañable amigo y poeta español y andaluz.  Sobrarían palabras y faltaría espacio en este ensayo,  pero el lector quedaría comprometido a releer una y otra vez, cómo las energéticas sensibilidades de estos dos ilustres  bardos se cruzan en el éter al  evocar una entrañable amistad, pero sobre todo, hasta   conocer  quizás,  la mejor definición que alguien pudo haber realizado del poeta granadino    

Homenaje póstumo de Antonio Machado

El Crimen fue en Granada

Se le vio caminando entre fusiles 
por una calle larga
aun con estrella de la madrugada.  
Mataron a Federico 
cuando la luz asomaba.  
El pelotón de verdugos 
no osó mirarle la cara.  
Todos cerraron los ojos 
corazón ¡ni Dios te salva¡ 
Muerto cayó Federico 
sangre en la frente y plomo en las entrañas…
Que fue en Granada el crimen
¡sabed pobre Granada,  en su Granada¡
  
Discurso lorquiano de sombras

Un poco como para corroborar esa, diríamos fijación del poeta, hacia las sombras nocturnas, presentamos un fragmento de su poema,  

Aire de Nocturno

Tengo mucho miedo 
de las hojas muertas, 
miedo de los prados 
llenos de rocío.  
Yo voy a dormirme, 
si no me despiertas 
dejaré a tu lado 
mi corazón frío.

¿Qué es eso que suena 
muy lejos? 
Amor 
el viento de en las vidrieras 
¡Amor mío!

Tú  no sabrás nunca 
esfinge de nieve 
lo mucho  
que yo te hubiera querido 
esas madrugadas 
cuando tanto llueve 
y en la rama seca 
se deshace deshace el nido

Obras de Federico García Lorca

1. Líricas

-Impresiones y Paisajes (1918)
-Oda a Salvador Dalí (1926)
-Canciones (1927)
-Libro de Poemas (1921)
-Romancero Gitano (1928)
-Canciones (1927)
-Poeta en Nueva York (1930)
-Poema del Cante Jondo (1931)
-Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935)
-Seis Poemas Gallegos (1935)

2. Dramáticas

-La Zapatera prodigiosa (1930)
-Amor de don Perlimpin y Belisa en su Jardín (1933)
-Bodas de Sangre (1933)
-Yerma (1934)
-El Llanto de Ignacio Sánchez Mejías (1935)
-Mariana Pineda (1925)
-La Casa de Bernarda Alba (1942) 
    

miércoles, 23 de septiembre de 2015

COTORRA, EL ÚLTIMO CARRETERO






                                                     POR: GILBERTO PARRA ZAPATA
                                                               gilparra60@hotmail.com

Me resultaba muy curioso, a mis 11 años, ver una figura que posiblemente sólo existía en las películas, una carreta  arrastrada por una bestia de tiro,   pero así era en efecto, y además, el dueño de sea   mula,  y de esa carreta,  un personaje que sin duda  tendría que despertar la imaginación de cualquier niño. Un personaje  de quien nunca supe su nombre, sino su apodo, Cotorra, y  la expresión medio burlona, medio sarcástica  ¡Cotorra y su burra!, que le gritaban los transeúntes,  cuando con cierto aire misterioso recorría las calles del barrio Sarría de Caracas, y sectores aledaños, Maripérez, Tiro Al Blanco, Guaicaipuro, Santa Rosa, donde a menudo realizaba su labor de acarrear mudanzas y todo tipo de trabajos similares que le encargaban los vecinos. 
Estamos hablando de principios de los años 50, cuando Caracas aún no terminaba de perfilar su tránsito de pueblo grande a ciudad,  donde la  gran mayoría de las calles de los barrios   eran polvorientas veredas en verano  e inmensos lodazales en invierno.  Es decir, un entorno donde  no podía ser más útil ese tipo de transporte y por ende, la razón principal para que a Cotorra nunca le faltara trabajo. 

Se trata  de un personaje solitario, de mediana edad, unos 50-55 años, calculados en razón de  su arrugada piel morena calcinada por el sol, su cabellera entrecana y su incipiente barba blanca. Siempre  vestido con una especie de liquelique beige, color que disimulaba el polvo adherido  en su ropa, pero así mismo,  el  copioso sudor acumulado de muchas jornadas,  deducible por la emanación del   aroma amoniacal que se sentía a varios metros de distancia. Dónde vivía o pernoctaba,  nunca lo supe, aunque sí vi muchas veces a  su mula,   de pelaje grisáceo,  pastando en un agreste terreno enmontado,  cerca de  la manguera de Maripérez, a orillas de  la bucólica quebrada,  donde  posteriormente se construiría  el Parque Arístides Rojas.  
    
Pocos años después,  nadie  sabría el paradero de Cotorra, simplemente se lo tragaría  el progreso. 



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