martes, 18 de abril de 2017

EL BARBERO DE DOS SILLAS


Demasiados  sinsabores  seguramente habría  sufrido  Bartolo a lo largo de mucho tiempo,   para sostener a pulso, siendo apenas un novato,  su  salón de barbería.  Esto fue posible solamente  a partir del punto de quiebre cuando  su   espíritu de lucha comenzó a fortalecerse al superar el trauma del aprendiz  que soportaba  las burlas de Fígaro,  quien con harta frecuencia  lo humillaba,  pues con cierta soberbia  le echaba en cara   su minusválida  condición,  al  escuchar  a cada rato  esta bizantina tonada: 
-.Soy un barbero….de  calidad….de calidad.

De parte de Fígaro,  hábil  barbero andaluz, con mucha experiencia en su oficio  ejercido durante años  y años en la propia plaza de Sevilla, estaba clara  su   intención de humillar a Bartolo, poniendo de relieve, cual si fuera un estigma, su condición de maestro, pues así  vengaba en las costillas de su pupilo, las mismas  humillaciones que a su vez él habría sufrido    en esos duros años previos a  la  guerra civil española. De no haber sido así,  si  por algún motivo Bartolo se hubiera mostrado rebelde ante  su instructor,  tendría que estar muy  consciente que  Fígaro lo habría reprobado  en el examen y por tanto  jamás habría pasado la prueba exigida para ejercer el oficio  por parte del  Sindicato de Barberos y Peluqueros del Distrito Federal  y Estado Miranda. 

De todas maneras, el código muy bien definido  del ejercicio profesional para el cual  Bartolo fue entrenado por Fígaro, establecía que un salón de barbería sería poco menos que un templo  masculino, donde  no sólo estaba vedada la entrada para las  mujeres, sino que  además  la relación entre el barbero y el cliente  debía limitarse a una mera operación mercantil, por lo tanto, nada de conversaciones que no fuera  lo estrictamente necesario para cumplir con el ritual del corte de pelo y rasurar la barba.   

Así las cosas, el tenaz Bartolo, con admirable laboriosidad  y haciendo acopio de infinitos sacrificios, logró montar un modesto salón de barbería en un barrio de Caracas.  Pero, poco tiempo después, por  un golpe de suerte o como fuere, la joven Rosina, hija única  de un inmigrante napolitano,  barbero retirado, se había enamorado del novel barbero,  en vista de lo cual, el padre de la joven, en un gesto de desprendimiento,  le traspasó a título gratuito, su salón de barbería establecido  en el  Pasaje Zingg,  en pleno  centro  de Caracas, emblemático centro comercial, cuya principal novedad y atractivo,  era contar  dentro de sus instalaciones,  con  la primera y hasta ese momento única escalera mecánica en  la emergente ciudad.    La rústica escalera funcionaba casi con la misma endemoniada  fuerza de una montaña rusa, por lo cual los usuarios tenían que sostenerse muy firmemente, so pena de sufrir  una aparatosa caída.  Lo que nadie se imaginaba es que, a partir de ciertos acontecimientos sucedidos en ese salón de barbería, la historia del  arte barberil  en Caracas, para no hablar de todo el universo, por obra y gracia de esa escalera, habría de sufrir  un espectacular viraje. 

Ese salón de barbería y esa  escalera mecánica, marcarían el auge y caída de Bartolo en su saga de barbero.  El ascenso   llegó al clímax   cuando un cierto personaje de su incumbencia, cegado por los   celos hacia la relación amorosa entre él   y  Rosina,  pudo fácilmente  trepar  por las escaleras, pero con la misma facilidad, al momento de su  brusco descenso,  el susodicho personaje  sufriría  la tan temida voltereta,  y al rodar  escalones abajo, no sólo  pondría  al descubierto ciertas debilidades humanas, sino que además  arrastraría a Bartolo y también con él  a su salón de barbería,  hacia su  definitiva extinción.   
Pero no sólo humillaciones sufriría  Bartolo de su mentor andaluz,  también aprendería  que una cosa es el machismo militante de los clientes masculinos que eventualmente acudirían   a su barbería, fáciles de manejar, pues se trata de  cabezas de poco pelo  y lenguas de poca extensión y  recorrido, pero otra cosa,  totalmente inédita para  ambos,   es la muy compleja situación  que  inesperadamente tendría que afrontar con una  bizarra clientela,  que en un momento dado comenzó a frecuentar su negocio, en este caso,  especímenes de larga cabellera, lenguas viperinas, pero sobre todas las cosas,  cortas ideas de coquetería, chismes y maledicencias.  

Sucede y acontece,  que pronto se haría  evidente para Bartolo que   una sola silla no bastaría  para manejar la exigente clientela de dos mundos tan diametralmente opuestos.  Tendría a todo evento que, no obstante  el reducido espacio,   duplicar su   mundo, montando en su negocio una nueva silla,  constituyendo a  partir de allí,  dos mundos brutalmente divididos, por una parte, un espacio muy  austero,  reducido apenas a  peines, brochas, hojillas, crema de afeitar  y navajas, en contraste con el otro mundo,  repleto  de afeites, cepillos, lociones, perfumes, champús, tintes, agua oxigenada, acetonas,  esmaltes de uñas, secadores de pelo  y profusión de espejos para que esa nueva clientela   pudiera  mirarse,  en forma muy minuciosa, cada ángulo y espacio de su  cuerpo.   

Así las cosas, el primer mundo estaba dotado  apenas de  una silla muy utilitaria,   firmemente fijada  en el piso, pues nunca habría necesidad de reclinarse   hacia el  austero  lavamanos color blanco, colocado justo detrás de esa silla.   En contraste,  el otro mundo, infinitamente más complejo,  tendría que estar dotado de  un  sillón de otra categoría,  casi un  reclinable trono real,  donde sumisas cabezas  se inclinarían hacia un sofisticado lavamanos color rosado, para recibir duchas de aguas lustrales que escurrirían entre  espumas y burbujas, una obligada secuela  de champús,  acondicionadores y tintes.  
El primer mundo, para el cual   Bartolo había sido entrenado por Fígaro, era muy sencillo de manejar, pues todo  comenzaba con  la muy pragmática   requisición del cliente hacia cómo deseaba el corte de pelo, y terminaba  algunos minutos más tarde,  con el pago de la tarifa previamente acordada  por el servicio recibido.  En suma, un acto esencialmente mercantil, rodeado de  un espeso silencio solo perturbado por el ruido de la afeitadora eléctrica y el áspero roce de la navaja al moverse a  contrapelo en la cabeza y  barba  del cliente.  
El otro mundo, en cambio, es  una  periquera de chismes, comentarios intrascendentes, recelos, mucho guillo, actitudes defensivas, una constante afirmación del mundo interior de cada cliente, un sedicente monólogo que fatalmente recaía en un diálogo de sordos.  Al final de todo, al llegar  el momento del  pago por los servicios recibidos, entonces tendría lugar  una infinita  profusión  de ítems de la más variada índole, salpicada por quejas, suplicas  e  insistentes regateos.

Para asombro de todos, haciendo gala de una gran astucia, Bartolo rápidamente asimiló  en forma  magistral  ambos mundos,  con la gracia y el salero aprendidos de su maestro Fígaro.  Con admirable profesionalismos, aprendería a callar  cuándo era oportuno hacerlo  y cuándo era menester  hablar, pues entonces  hablaría  hasta por los codos.
A pesar del tiempo transcurrido, todavía resonaba en los  oídos de Bartolo,  las palabras que con tanta frecuencia repetía  su mentor

-Soy un barbero de calidad… de calidad.  Fígaro aquí, Fígaro allá.
Tampoco se le olvidaba las anécdotas que le relataba  su maestro, sobre todo cuando  sus clientes  lo  requerían con una agónica prisa,  profiriendo    el ritual  grito de:
-Fígaro, Fígaro, Fígaroooo,  - presto acudía entonces  el diligente andaluz a tan urgente  requisitoria.  
Simultáneamente pensaba que ese requerimiento formaba parte de un ritual mucho más complejo, expresado a través de la  muy manida frase:
 -Una voce poco fá.
Pero la fortuna de Bartolo daría otro giro totalmente inesperado, en  el momento mismo cuando las cosas   empezaron a complicársele,  aún para  un profesional del arte barberil  tan diestro como llegaría él a convertirse con el tiempo.     Todo comenzó cuando el perfil de su  clientela comenzó a mostrar ciertos matices muy ajenos a lo que él  estaba acostumbrado a manejar. Se trataba ahora de una extraña clientela dotada,  por una parte, de  cuerpos que exhibían  cabelleras muy largas y  ademanes suaves, peor aún, al advertir que también  acudían  otros cuerpos que actuaban con  ademanes muy  rudos.  Ante semejante contraste de situaciones, que le representarían un formidable  reto, justo es reconocerlo, Bartolo reaccionó favorablemente,  pero su  mayor preocupación es que en  su  muy modesto salón  no tendría espacio físico suficiente donde acomodar  una tercera, mucho menos una cuarta silla y de esa manera  complacer, simultáneamente,  las bizarras actitudes de cuatro mundos.  ¡Ya era demasiado el  atender   dos mundos tan  contrastantes!.
Ante semejante reto,   Bartolo puso a prueba su fértil imaginación y su   proverbial  sabiduría, gajes del oficio,   sin duda  aprendidas a través  de Fígaro,   Del   escurridizo barbero andaluz aprendería que,  si su maestro pudo sortear las mortales  acechanzas en Sevilla durante   la guerra civil española, más fácil para él sería adaptarse a  estas circunstancias,   a su juicio anti natura,  pero en el fondo  risueñas  y graciosas. A sabiendas que en el fondo sólo  se trataba de  fuertes influencias hormonales, muy pronto  aprendería a  mover histriónicamente las manos, los labios y  el trasero y simultáneamente engolar la voz ante candidatos de testosterona  alta y ademanes suaves, pero  en contraste endurecer el mentón y apretar los músculos  de la mandíbula,  cuando tendría que estar  en presencia   de candidatos de progesterona alta y ademanes rudos.  
A todas estas, la cándida Rosina, no obstante que  se sentía  locamente enamorada de Bartolo, se encontraba a su vez en el grave dilema, por cierto una tarea nada fácil,   de escoger entre el corazón y el estómago, al  evadir  constantemente el acoso del acaudalado  Don Lindoro, quien  le ofrecía villas y castillos.  Sería para la joven demasiada tentación crematística  el aceptar o no  a  este sujeto de mucho dinero  y poco seso,  bis a bis  a  un barbero de tan escasos recursos económicos  como Bartolo. 
Poe otra parte, era bien sabido que   sobre ese otro  pretendiente de Rosina se corría una insidiosa calumnia,  la cual  era del dominio de todo el pueblo andaluz, pero que también el vulgo  caraqueño  repetía en forma muy maliciosa, poniendo a prueba el  códice mental colectivo, a través de esta reflexión:
-La calumnia e un venticello   
Sin embargo, la conseja parece que en el fondo  no sería  tan infundada,  pues el acaudalado  pretendiente,  seguramente con el ánimo de perjudicar a Bartolo y de paso confirmar  los devaneos de Rosina,   acudió al salón de barbería de Bartolo   con un disfraz con el cual  creyó  pasaría inadvertido,  en cuya apariencia  se evidenciaba un sujeto de  testosterona alta y ademanes rudos, quien sabe también si  con progesterona baja pero con ademanes suaves.  El  hecho es que,  para  desgracia de todos los protagonistas, el pretendiente  quiso acceder a la barbería utilizando  la escalera mecánica, del pasaje Zingg, con tal mala suerte que el  engranaje atrapó violentamente y destruyó la larga pollera que vestía el sujeto,  de paso  arrastrando con toda su  fuerza motriz al propio pretendiente, quien cayó  patas arriba con peluca y todo,  dejando de paso al descubierto el fino satén de la  ropa interior que en ese momento  llevaba puesta.   
El escándalo, como era de esperarse, cundió por toda la ciudad, enfatizando sus nefastas consecuencias  en  tres direcciones, al salpicar  la reputación de  Rosina, confirmar los devaneos del  acaudalado pretendiente y, por último, poner  en entredicho  a Bartolo y junto con él a su salón de barbería.
-Largo al factótum della citá. 
A consecuencia de ese desaguisado, la inefable Rosina, llena de vergüenza,  rompió su nonato compromiso con el acaudalado pretendiente, pero igualmente se negó en forma rotunda a seguir sus relaciones  con Bartolo.
Pero al final,   no todo fue pura pérdida. El impasible Fígaro tomó baza en el asunto, y  al reflexionar acerca de la esquiva fortuna de Bartolo por su  amor frustrado,  aún con  todo  y los cuernos que presuntamente podría haberle pegado   Rosina, tuvo que reconocer, tal vez muy a su pesar, que su alumno  terminó por superarlo.  
Es decir, que percibiría con su fino olfato, que tal acontecimiento  dejaría   firmemente  sembrado en la cultura de la sociedad, la muy bizarra convicción  que,  de allí en adelante,   ya no tendría sentido lo que para él siempre  había sido  un sólido paradigma, o sea,,  esa división tan brutal  entre   barberías y  salones de belleza. A partir de allí,  todos los salones donde la gente, independientemente de su género,  acudiría   para mejorar la apariencia de su cuerpo, todos sin excepción,  de allí en adelante,  serían  salones  unisex. 
Por eso,  cuando a estas alturas  del juego,  la gran comedia humana  que transita   por esas calles, al pasar delante y tropezarse  con uno  de esos salones a partir de allí unánimemente  llamados unisex, de seguro que unos insidiosos duendes parecerían  recordarle a tirios y troyanos,   la saga del inefable Fígaro, quien hasta su  muerte replicaría esta  bizantina tonada.
-Ah, ché del vivere, ché del piaciere, per un Barbieri di qualitá……di qualitá

Sitio web de la imagen: http://plassticando.blogspot.com/2014_02_01_archive.html

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